domingo, 21 de marzo de 2010

Sólo cuento los días soleados

Hasta ayer, muchos de los hogares que crecían a las orillas del mar, con sus cimientos tan cercanos al océano que se remojaban como pies en el agua, eran refugios seguros y tibios para sus habitantes. Hoy, los más golpeados por la fuerza del oleaje lucen con vergüenza en sus fachadas grandes cruces rojas, bajo las cuales pueden leerse leyendas crueles y terribles, como "demoler" o "preparada para botarse", arrojando así a sus antiguos refugiados al exilio más triste y doloroso.

A todos la tragedia nos ha golpeado de manera distinta. A los más afortunados les correspondió la "suerte" de, sabiéndose en buen estado, comprobar atónitos la desolación en todo su rededor. A los más desgraciados, les fue entregada la dura tarea de ver como, frente a sus ojos, las aguas oscuras cargaban en andas a sus padres y hermanos, solo para regresarlos sin vida hasta días más tarde. Las historias de todos y cada uno de los sobrevivientes podrían repletar de sentimientos cientos y miles de canciones, pero lo cierto es que jamás llegaremos a saber de todos los hombres y mujeres que se aferraron con fuerza a sus vidas y a las de sus amados. En este tema recuerdo con especial admiración a una mujer que logró salvar con vida en una bella caleta. Y es que hasta hoy, cuando pienso en sus palabras, no puedo entender qué clase de fe, o que tipo de fuerzas guardaba en su regazo, que le permitió levantarse sólo horas después de haber perdido a su "compañero", y pensar ya en el incierto futuro con la mirada perdida en el lejano horizonte, desde el cual parecía escuchar la triste elegía de su hombre, que la llenaba de vida y le permitía mantenerse de pie en esos momentos terribles.

Cierta vez, grabada en un antiguo reloj de sol, se leía la intrigante frase "Sólo cuento los días soleados". Claro, aquel reloj tenía la fortuna de pasar por alto los días grises, que son casi siempre fríos y difíciles, y solo cumplir su labor cuando los amaneceres lo colmaban de los rayos tibios del sol, que se convertía en su único y fundamental asistente en el trabajo.

Muchas veces, ante las tristezas y las dificultades, olvidamos ser como ese viejo y gastado reloj, y, en nuestro calendario de experiencias y caminos, damos la prioridad y llenamos nuestros recuerdos con los días grises que nos tocó atravesar alguna vez. Quizá sería mejor si hiciéramos como el reloj, y tuviésemos más en cuenta en nuestros recuerdos las experiencias vividas en esas jornadas claras y felices, llenas de destellante luminosidad. No se trata de olvidar aquellos días grises y difíciles, que tanto nos enseñaron y de los cuales tanta experiencia hemos obtenido, sino de privilegiar en nuestros momentos de miedos y dificultad, y en nuestros pensamientos cotidianos, aquellos recuerdos luminosos, regados de la revitalizante luz de nuestro sol. Luz que, como al viejo reloj, nos estimula y nos ayuda en toda nuestra ardua labor.

De esa luz, que regala cientos de colores, se alimentaron los desterrados, cuando el desastre los obligó a huir de sus tierras prometidas. Escaparon entre los derrumbes de nuestra ciudad. Escaparon entre lágrimas, gritos y mentiras, mientras en los montes aguardaban despiadadas serpientes que les arrebataban el pan de las manos. Algunos, tan crueles como las víboras, llegaron raudos a venderles sueños, a ofrecer promesas que nunca cumplirían.

Pero los hombres y mujeres se fueron convirtiendo poco a poco en estatuas de sal. Así, tan frágiles, susceptibles y desamparadas, su grandeza estaba en que, tal como la sal es para la humanidad un alimento esencial, estos hombres y mujeres estaban compuestos de los valores y luchas más esenciales, los cuales nos enseñaron, llegando a iluminarse de tal forma que llegaron a convertirse en nuestros guías, en nuestra estrella polar. En las mañanas frías, se levantaban temprano para compartir sus abrazos con los que aun se hallaban caídos. Gracias a ellos, a estos hombres y mujeres custodios de la esperanza, al poco tiempo de ocurrido el desastre pudimos contar de nuevo, en nuestros desgastados calendarios, luminosos y felices días soleados.

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A las víctimas del terrible terremoto, a sus familiares y a sus amigos.
A quienes trabajaron por nuestro bienestar, a los Bomberos, militares y Carabineros. A los trabajadores de Radio Bío - Bío, fieles compañeros durante todo el año y valientes mensajeros en estos tiempos difíciles. A los "hombres de la luz", que con su presencia nos traían las buenas noticias. A quienes trabajaron para brindarnos todos los servicios básicos. A los voluntarios, que vuelcan todas sus fuerzas a la ayuda desinteresada. A los particulares, que dada la ocasión no daban tiempo a la duda, sino sólo a la buena voluntad. A los buenos vecinos. A los habitantes de la población Sta. Clara, las verdaderas estatuas de sal, de los cuales tanto he aprendido. A los sobrevivientes, que aman su vida y la de sus hermanos. A los albergados.
Pero sobre todo, a todos los hombres y mujeres, que de una u otra manera, contribuyeron a brindarnos, después de la tragedia, nuevos días soleados. A todos y cada uno de ellos, Gracias.



Solo cuento los días soleados
(puedes escuchar la canción en el reproductor puesto a continuación)



Solo cuento los días soleados,
desde un húmedo hogar, ayer seco y seguro.
Han pintado una gran cruz de rojo.
Nuestra hoguera define las letras de tiza,
nos destierran de casa y se acortan los días.

Nuestra tierra, avergonzada, nos pide disculpas.
El mar se llevó en andas toda nuestra vida.

Solo cuento los días soleados,
y la dueña del mar sigue anclada al recuerdo,
de esas noches terribles, tan frías,
cuando en la brusquedad de la gris buhardilla,
barnizaba su hombre las penas vacías.

Se levanta otra vez y la mantiene viva,
el susurro lejano de su triste elegía.

Soñadores malditos,
cogen sus miserias, y marchan al exilio.
Se ahoga en un frágil suspiro,
la esperanza de encontrarlos.

Abandonan promesas,
albumes de fotos, tierras prometidas.
Las madres se suicidan,
cada noche, ocultas tras la tempestad.

Pero una joven se pone de pie, y la radio,
cuenta buenas noticias: otro día soleado.


Solo cuento los días soleados,
te paralizará el miedo acechando tus playas,
y mañana no habrá panaceas,
si despierta tu niño atrapado entre ruinas
y las crueles serpientes roban su ternura.

Llorará su amiga Boya, exigiendo silencio,
quien se empeña en romper nuestro hogar y la calma.

Solo cuentan los días soleados,
y se animan de nuevo a salir en pijamas,
llegaré a rastras a la ventana,
me enceguecerá el fuego de un nuevo fracaso,
otra Zona Cero se duerme en tu barrio.

Un niño espera en silencio que el ruido se apague,
tenemos hambre y banderas, y aquí no para nadie.

En su frenética huída,
la ropa pesada, de barro y mentiras,
su alma respira intranquila,
y en la tele pronto los olvidan.

Mujeres y hombres de hierro,
cuidadores de sueños, estatuas de sal.
Custodios de la esperanza,
se convierten en nuestra estrella polar.

Se despiertan temprano a regalar mil abrazos,
les sonrío y cuento otro día soleado.

Les sonrío y cuento, otro día soleado.


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