domingo, 26 de septiembre de 2010

25 años

Hoy ha cumplido los 25 años, y el verano, tal como la rutina, se presenta inevitable. 25 veces los tíos han estrujado sus mejillas, y han mostrado cada vez sorpresa por lo crecida que está.


Son 25 largos años en que los cuidados de mamá han logrado que nada la ponga en peligro. 25 años reposados en que la princesa de papá no ha sabido de carencias ni de deseos frustrados. En la infancia, llegando cada día hasta el colegio de pago donde se enseñaba lo correcto, y ya de grande, arropada por la cautelosa misión de no romper la burbuja que la protegía. Hoy, nadie quiere perderse la gran celebración: cumple 25, y nunca ha dejado de llegar a casa por las tardes. En la cena, la conversación es sobre temas de adultos, que no le interesan. Y qué va, si aunque le importaran, no le dejarían entrometerse. Por la noche debe ceder su cama a un primo, y con la vista perdida entre los recovecos de la alfombra comenzó a comprender que es tiempo de salir del letargo. Comenzó a comprender aquello de las mariposas de Elena, su amiga, que caminaba en círculos planeando su huida, y a la que antes de partir escuchó sin prestar demasiada atención.


Y cuando el revoloteo de las mariposas ya no pudo contenerse bajo su vientre, cuando los mástiles de las banderas herían su cuerpo dormido anhelando la libertad, buscó el atlas que Elena, previendo lo que sucedería, le había dejado en un cajón. Montó en su bicicleta, y aún sin entenderse, se perdió de pronto bajo la línea curva del horizonte, tras la cual se escondían los sueños y anhelos secretos de la ciudad.


Se había acostumbrado a distinguir lo bueno, que era aquello que tenía, lo que los padres siempre le otorgaban, y tuvo que aprender sobre aquello que nada sabía. Olvidar aquello que escuchaba en las canciones, eso que dicen de la melancolía, y de los riesgos que conllevan las huidas. Olvidar el miedo a la oscuridad y llorar sola oculta en un rincón. Comprender que no importa el destino, porque lo importante es el viaje. En el camino comenzó a proponerse destinos imaginarios, mezclando el sueño con la realidad, y preguntó a gentes desconocidas por las referencias necesarias. Con el correr del tiempo, fue haciéndose parte natural de las fiestas que tiempo atrás tanto había anhelado. Creció donde mejor podía hacerlo, en sus lugares soñados, entre las trillas de los campos y la Rayenantu*, entre las bromas de los feriantes y los estofados de las abuelas, en pueblos que nunca encontró en sus mapas.


Han pasado ya varios años. Ahora recuerda con nostalgia los tiempos en que compartía con sus padres. Ahora, sentada frente a la plaza, iluminada por ampolletas de colores, repara en cuanto ha crecido, y entiende que aquel no era un crecimiento de los que sus tíos pudiesen notar.


“¿Dónde está la niña que vimos partir?”, pregunta su padre, cuando ve delinearse de nuevo la menuda silueta bajo el marco de la puerta. Ella, mientras reparte abrazos, intenta explicar lo necesario que era que aprendiera a sanar sus propias heridas, a sufrir sola, a llorar. Con los ojos humedecidos les cuenta lo importante que era aprender a fallar por sí misma, y asumir el reto de las malas consecuencias que traen los errores. Porque fallar muchas veces no siempre supone ir mal. Porque al fin y al cabo, atreverse y fallar las veces que sea necesario es lo más parecido a lo que debiese ser la vida. Porque ahora, estaba lista para aquello. Ahora está preparada para vivir.


*Rayenantu: laguna ubicada en la localidad de Santa Juana, en Chile. En mapudungún, significa "Flor dorada" o "Flor del sol".

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Una nueva canción de huidas, en la que quizá me siento más representado que otras veces. Porque a mí también me gustaría montarme en la bicicleta y partir a donde sea. Para conocer y entender otras vidas, otros sufrimientos y otras razones. Para vivir.


Las canciones que dejo aquí en el blog son solo "demos" o maquetas de lo que serán las grabaciones definitivas, las que deberían estar listas a principios del año venidero. Espero encontrarte también allí. Por mientras, puedo regalarte algunos archivos mp3 con algo del trabajo de Botes y Mareas a través del correo electrónico. Solo tienes que pedirmelo. Te dejo aquí la canción "25 años".


25 años

(puedes escuchar la canción en el reproductor de música puesto a continuación)


25 años fueron los que no dejó,
ni un día de volver a casa al atardecer.
25 años de aspirinas, de jarabes,
de cuidados intensivos, de colegio y amistades.

Hoy ya está de vacaciones, y está lista otra vez,
para quedarse en casa y no tener nada que hacer,
para visitar los tíos, "¿cómo estás?, cómo has crecido".
No dice nada en la cena, y en su cama duerme un primo.

Siesta de verano, 30 grados preguntan por ti.
Roja la piel, dormido el ánimo,
cuando el escape se hace inminente,
despiértate, péinate como antes.
Haz cualquier cosa, pero ponte a salvo ya.

Un llamado urgente a su tripulación,
banderas en alto, para emprender la huída,
pero Elena se ha ido, te dejó su atlas,
caminaba en círculos y a veces rezaba,
para que lo bueno nunca se acabara.

Y un día, sin avisar, planeando la huída,
subida en dos ruedas la vieron partir,
"a donde sea, lo importante es el viaje" se decía.
Y apenas en un rato, olvidó lo que sabía,
Calle Melancolía, Kilómetro 0.
Coincidieron en su pecho, mareas y recuerdos.


Tuvo que vencer sus miedos, aprendió a llorar,
y a poco andar, se rompió su burbuja.
Le preguntó a gente extraña,
por direcciones de calles que se inventaba.

Cuanta experiencia había ganado,
en esas trillas, en las fiestas de los campos,
en la Rayenantu*, sus lugares soñados,
cuanto había crecido, cuanto había cambiado.

Que si la vieran sus padres, ya no creerían que aún es la misma,
¿dónde está la niña de mis ojos, que un día vimos partir?
Padre, yo soy la misma, la que tú conocías,
era urgente que aprendiera a sanarme la heridas.
A fallar, ya he aprendido, ahora muero por vivir.

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