martes, 20 de abril de 2010

Elena

Elena ha despertado intranquila, es temprano y se sienta sobre la cama a masticar los sueños nacientes que hace unos días la mantienen confundida. En el lugar que vive, se dice a sí misma, este tipo de sueños es absurdo, estas ilusiones no son más que una utopía. Pero las mariposas en su vientre, una noche más, no la han dejado conciliar el sueño. Su madre duerme aún hacia la pared, y la joven lleva su vista perdida hacia el húmedo techo blanco.

Durante el día, Elena aprende las cosas que son realmente importantes. Sí, Elena aprende a coser y a cocinar, preparándose quizá para ser una esposa buena, una mujer normal. Pero los años pasan y lo que ayer eran mariposas revoloteando en su vientre nervioso, hoy se han convertido en enormes banderas de lucha y esperanza, que, como a una criatura en el vientre, se hacen con el tiempo imposibles de ocultar. Elena sueña con romper las alambradas, con saber que hay más allá del bosque encantado, con probar manzanas envenenadas de malvadas brujas y como no, sueña también con un príncipe azul que trepe sus largos cabellos y la despierte del letargo, de las recetas de la abuela, de la horrible rutina. Elena, así como Caperucita, se acerca a su ventana los días de lluvia y sueña con ser como las gotas de rocío, al otro lado del cristal. A la hora de almuerzo, contempla a su padre y a sus hermanos discutiendo sobre el último chisme de los vecinos, sobre los animales que rondan la casa y sobre las labores de siempre y entiende que, a veces, sus pensamientos y anhelos no tienen nada que ver con los de ellos. Sus sueños de romper la burbuja son aquí impronunciables. Son pecados.

Pero un día, la niña de cabello largo y viejos zapatos ya es una jovencita, una pequeña adulta, y en el silencio, ella y todos alrededor comprenden que es tiempo de partir, de buscar por fin sus sueños en las inmensas manos del futuro. A su llegada, el nuevo hogar, el aroma del pan tostándose por las mañanas, y el abrazo de su fuerte príncipe la arropan tanto como el dulce chocolate caliente que bebe a la orilla de las brasas. Su amante protector se ausenta la mayoría de las veces para traer a casa el pan y las luces del mundo, el Amor que florece en el jardín y que él le arrebata a las flores que corta para Elena.

Meses, quizás años, yo no sé, quizá fue tan solo un instante, tal vez. El caso es que de un momento a otro ya nada es como antes. Los besos tibios y las caricias nocturnas se han convertido ahora en gritos, riñas e insultos. Las flores cantan una triste elegía fuera de la casa, pero el hombre que llega por las noches no repara siquiera en su existencia. Y una pequeña, sí, o quizás más, exigen a su madre el calor y la ternura que se tiene que inventar, porque ya no recibe de ninguna parte. Elena acuna a sus niñas, extrañando esos tiempos de risas y bondades como si hubiesen ocurrido hace mucho, mucho tiempo. Su libertad ha sido de nuevo robada, sus sueños, se han desvanecido, y esta vez, para Elena, nunca han de volver.

Con el saber que entregan los años difíciles, los días terribles, los llantos y el frío atronador, Elena se ha convertido en una mujer de bien, en una luchadora por los sueños de sus hijas, en una visionaria del porvenir, y ya se acostumbraría a no descansar jamás.
Elena ha comprendido, después de tanto tiempo, de tantos duros golpes del camino, que la libertad que buscó por tantos años, la había encontrado por fin en el Amor y la entrega constante por el bien de los suyos. Es una lección difícil, claro, y quizá sea necesario sufrir y luchar una vida entera para comprenderla de la mejor manera. Pero Elena ya la conoce muy bien, vive en ella y yo la he aprendido de su sabiduría. No con palabras, no con manuales ni grandes tratados, sino en el silencio de esas frías madrugadas en que veo a Elena levantarse de su cama con el solo afán de hacerme sentir más cómodo, más cálido y a gusto. Elena no lo cuestiona, no lo cobra. Solo le basta con tener la certeza de que estoy bien, de que nada me falta, de que nada necesitan los suyos que ella no pueda darles. Elena es mi abuela, y hoy, haciendo repaso, agradezco la sabia lección de vida que de ella he aprendido. Es difícil, difícil de creer y de practicar, pero ya lo he comprobado: la libertad está en el Amor. La verdadera libertad se encuentra al amar.

No sé si su historia es tal como aquí se relata, no lo sé, pero sé que es igual a la de muchas Elenas, que después de soñar, sufrir y luchar, se han convertido en heroínas, en mujeres nobles. A todas ellas mi aprecio y este humilde homenaje, absolutamente insignificante para retratar, valorar y agradecer lo que día a día hacen por sus hijos, por sus esposos, por sus nietos.

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A mi abuela, Elena Candia, por sus palabras, por sus enseñanzas, por su sabia preocupación y su comprensión infinita. Para ti, abuela, quien se desprende de todo para dárnoslo, va esta canción. Gracias por las sopas calientes y los desayunos que apagan el frío. Gracias por regalarnos tu ejemplo, tu lucha incansable, tu sonrisa permanente y tu Amor generoso. Eternamente, gracias.


Elena

(puedes escuchar la canción en el siguiente reproductor)




Elena, joven y hermosa, enredada en mil dudas,

se ha despertado inquieta intentando acallar,

las veintiún mariposas danzando en su vientre,

en este reino donde se prohíbe soñar.


Elena mira hacia el techo y atrapa mil versos,

que hablan de mundos mejores, finales de cuentos,

Elena sabe que aquí el soñar es ingenuo,

y regar esperanzas es pecar.


Elena surca los años, se apaga su fuego,

mientras cocina y le inculcan responsabilidad.

Pero ella guarda en secreto ilusiones, promesas,

de un día crecer, y huir de este lugar.


Elena llora desde su ventana,

y tras el cristal, se derrumba la ciudad

Elena llora en silencio, ¿qué será de mí?

si no lo logró hallar, nunca, mi mes de abril.


Y se pregunta, ¿qué saben de este tormento?

¿De este humo, de estas ganas de llorar?

Y se pregunta, en silencio, ¿qué saben ellos?

De estos sueños, de estas alas,

para volar.


Una maleta con flores ha cargado Elena,

y ha repasado el mapa buscando Amor y libertad.

Llega y su hombre la cubre de besos prohibidos,

“duerme, mi bien, que yo traeré luz y pan”.


Por unos meses Elena habitó el paraíso,

y se sorprendió aquel día, en que todo cambió de color.

Gritos, insultos, y en sus brazos una pequeña,

nuevos humos ahora nublan su soñar.


Elena llora de nuevo abrazando a sus niñas,

¿Qué fue de mis sueños, que fue de mi libertad?

Y entiende ahora, después de tantos años,

que su libertad, la ha encontrado, al amar.


Y me pregunto, ¿qué saben de sus tropiezos?

¿De sus fuerzas, para no capitular?

Y me pregunto, en silencio, ¿cuánto sabemos?

De sus amores, de sus alas, para volar.

Y me refugio en su dulce voz, en su silencio,

quizá logre aprender, de la libertad,

quizá logre aprender de su experiencia,

quizá logre aprender a amar.


Y se pregunta, ¿qué saben de este tormento?

¿De este humo, de estas ganas de llorar?

Y se pregunta, en silencio, ¿qué saben ellos?

De estos sueños, de estas alas,

para amar, para volar.


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Sabrás disculpar la extensión de la entrada. Creo que esta vez merecía la pena.
Como siempre, me gustaría dejaras aquí tus comentarios, opiniones, agradecimientos,
mensajes, sugerencias o lo que quieras.
Un abrazo fraterno.
Gracias por estar cerca y por permitirme estar cerca de ti.