miércoles, 21 de julio de 2010

Retrato de una lluvia de madrugada

La lluvia se cuela remolona en nuestros techos y repiquetea traviesa al caer sobre las aceras. En estas noches de tormenta, que azotan nuestro sur, me desvela el tronar del cielo negro, y no puedo quitar de mis pensamientos el recuerdo tierno y algo distante de aquellos que no disfrutan tanto asomándose a la ventana para ver las gotas al otro lado del cristal.

Recuerdo las paredes delgadas, húmedas, atravesadas duramente por el frío. Sus habitantes, hombres y mujeres despiertos, se mantienen en vela esta noche, cuestionando los días, inquietos por la débil salud de los pequeños que descansan acurrucados junto a las mantas. Cuestionando, si es que por estos días, aún siguen vivos. El miedo y la desesperanza arrincona a estos hombres y mujeres, que acaban tambaleándose como la débiles y asustadizas almas del guetto.

Pienso en eso y quizá mantengo la esperanza de que algunos versos cubran con sus palabras sensibles los pies entumecidos de aquellos niños, aunque mi esperanza es otra. Cuando digo que la poesía quizá abrigue a los que pasan frío, realmente solo me estoy consolando, porque en verdad creo que debemos ser nosotros los que arropemos a los que sufren. Arropar a aquellos que viven cerca, pero cuyo silencio los hace pasar desapercibidos ante nuestras miradas ocupadas y cubiertas de problemas. Aquellos que existen, que ven, que dudan y sienten, y que buscan un hueco en nuestros corazones para regalarnos su cariño y enseñarnos lo qué es realmente importante.

Para ellos va esta canción, breve como los recuerdos que me invaden como rayos, para decirles que estamos con ellos, que no los vamos a dejar solos. Para ellos. Los que sienten, los que sufren, los que anhelan vivir.


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Te entrego aquí la que es mi canción más breve, que sigue trazando este camino de la canción consciente. Para recordarnos que no estamos solos, que nos necesitamos.

Te dejo un abrazo.



Retrato de una lluvia de madrugada

(Puedes escuchar la canción en el reproductor ubicado a continuación)




Te escribo desde el sur, donde llueven mariposas,
y el invierno se hace duro.
Hoy casi todos velan esta tormenta,
muchos recuerdan que aún siguen vivos.

Mis libros se amontonan sobre la cama,
y el miedo sobre sus techos.
El frío atravesando sus paredes,
frágiles, como almas en el guetto.

Será que hoy por fin la poesía,
nos arropa, nos arroja besos.
Vente conmigo, que la noche acaba,
y su esperanza se oye más que el trueno
.



Soneto XXIX, de Pablo Neruda

Porque no he podido resistirme a la tentación y el atrevimiento de acercar una obra de Neruda a mi guitarra, para que tuviesen, yo no sé, quizá un amorío.

Porque imagino como, en la oscuridad de la madrugada, los libros se encierran en la pequeña habitación del poeta, y como las palabras que se desprenden de las páginas amarillentas se arremolinan intentando desbordar las delgadas paredes blancas. El poeta recuerda, siente y duda, dejándose arrastrar a aquellos parajes que hace algunos meses han maravillado a sus ojos. La muchacha de cabellos rojizos se sienta frente a su rostro cansado, y sus manos se apoyan sobre las mantas inmaculadas, blandas como los labios gruesos de la mujer.

La muchacha de manos frías ha nacido en el Sur, donde las aguas golpean con fuerza los techos y los terremotos provocan desgracias indescriptibles en sus habitantes. La greda oscura de los pequeños pueblos, que danza y se acaricia entre las manos de las viejas artesanas, ha dejado leves sombras en su frente, que son ahora testigos de la mirada inmóvil del poeta buscando descubrir hasta los recovecos más ocultos y las curvas más lejanas del rostro frío de la muchacha. En aquellos recovecos se esconden los recuerdos de la infancia, esa infancia donde el verano era más largo y el mundo más pequeño. Cuando los pies descalzos tropezaban con las piedras lisas de los valles, o con los bordes cortantes de las costaneras. Las pelotas sucias y gastadas llegaban a dar violentamente contra la batea en que tu madre lavaba nuestras ropas, y los delgados maderos que sostenían los alambres invadían nuestras improvisadas y mínimas canchas. El golpear del uslero adelgazando las masas anunciaba la hora de la once, y al siguiente día, cubríamos de tierra el pan endurecido que cargábamos por horas en nuestras manos imberbes. No siempre hubo pan tibio, no todas las semanas llegaron dulces del sur, y a veces el hambre burló las barreras y se instaló sobre nuestras dignidades.

Porque nuestras madres y abuelas siguen lavando las ropas del cielo, en un sur cálido abrigado por sus propios Amores. Por enseñarnos que el recuerdo de la raíz le da vida y sentido a nuestro canto y a nuestra vida. Porque sin las raíces no seremos nada.

Por enseñarnos que la pobreza no es un problema, sino una virtud.

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Soneto XXIX
de Pablo Neruda



Vienes de la pobreza de las casas del Sur,
de las regiones duras con frío y terremoto
que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
nos dieron la lección de la vida en la greda.

Eres un caballito de greda negra, un beso
de barro oscuro, Amor, amapola de greda,
paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.

Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.

No siempre, tuvo pan o delicia.

Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma,
en su cielo tu madre sigue lavando ropa
con mi madre. Por eso te escogí, compañera.

Por eso te escogí.