martes, 26 de octubre de 2010

Cómplices

Hace cinco minutos se despedía de su esposa, frente al inmaculado ventanal que cubría toda la sala. Hace 15 años que se ha casado. Ahora, con el maletín sobre las piernas, escucha las instrucciones rutinarias que exhalan los parlantes del avión. El cinturón atado, las reservas de oxígeno, y el "life vest under your seat" previniendo el naufragio. Y arrellanado en el asiento grisáceo, el exitoso ejecutivo comienza a explorar un semanario, o quizá el último número de la National Geographic, o acaso una antigua edición de la Selecciones del Readers Digest.

Al caer la tarde, cuando se apagan los ventiladores y los clientes cruzan raudos los pasillos del pequeño mercado abarrotado de verduras, las dos cajeras, ya cansadas de una nueva jornada de labores, buscan excusas para hablarse a los gritos, hasta fingir que desconocen los precios del zapallo y los pimientos. Y frente a los verdes limones, dos mujeres intentan mutuamente convencerse de que alguna vez compartieron clases, inventando recuerdos que justifiquen la charla y las invitaciones a cenar.

El más oscuro de los sicarios, que sube al auto en el D.F. limpiando su arma, no puede contenerse de comentar con su compañero los últimos rumores del círculo narco mexicano; y en la India, los empleados de un temido capo intercambian impresiones sobre la jornada de incidentes que acaba. Todos ellos han dado muerte a hombres y mujeres que han caído tomados de la mano, dejando de existir atados para siempre, en cadáver y alma, a quienes compartieron su último destino. Según se cuenta, en una isla de Chile, aun pueden verse cadáveres engrillados que transitaron a la eternidad acurrucados a sus más cercanos.

De vuelta de la universidad, el tímido joven se ajusta los grandes anteojos, y se acomoda frente a la pantalla de su computadora. Para él, es el único lugar donde puede encontrar verdadera compañía. La compañía del mundo entero. Conecta pronto con Australia y Colombia, donde una amiga y un viejo conocido de la familia lo esperan anclados a la red. Mientras, fuera de la casona, las semillas de los incontables pinos vuelan como helicópteros, rogando al viento que produzca el milagro de hacerlas coincidir con otra semilla, y juntas producir un nuevo ciclo de grandeza y majestuosidad.

En mitad del vuelo, la programación musical del avión se interumpe, y el ejecutivo se quita hastiado los fonos, maldiciendo al causante del error. Sin más artículos que hojear, echa un rápido vistazo afuera, y descubre en ese breve instante que más allá de la ventanilla las nubes toman el aspecto de esponjas, y, algo avergonzado, se sorprende de pronto sientiendo irrefenables impulsos de atrapar algunos cúmulos para él. Recuerda, el hombre sereno, cuando de niño soñaba con lanzarse sobre ese montón de nubes esponjosas, tendido al pasto y de la mano de una pequeña, con quien acabaría por casarse. Y cuando los sueños y esperanzas de la niñez lo inundan por completo, maldice esta vez su propia inercia, y se arrepiente por no mantener vivos esos anhelos inocentes y puros, de aquellos años de amores colmados de pasión blanca. Teclea mil latidos en su teléfono, y el recibo de un mensaje sorprende a su esposa, recordándole cuanto la ama.

Y yo de nuevo aquí, frente a tí, aun cargado de ilusiones vivas y sueños que se aferran a la cordura. Convenciéndome que no vale la vida si se vive solo. Que eso es hacerle trampa al presente y al futuro. Soñando con atrapar las nubes de los aviones, mientras escribo una nueva canción que habla de esperanzas, de justicias y de manos aferradas, y que te invitaré a cantar al alba a favor del viento, para que todos recuerden lo maravilloso que es no estar más solos, sentirse en compañía. Porque alguien dijo alguna vez, que el único infierno, es la soledad.


Cómplices

(puedes escuchar la canción en el siguiente reproductor)



Quizás caigan muertos tomados de la mano,

extrañando la paz, o con los vientres hinchados.

Y tal vez, los asesinos,

compartan sentimientos, olvidos, desvelos.


Quizás las cajeras del supermercado,

se pregunten a gritos, precios que ya conocen.

Y tal vez los clientes sigan tropezándose,

y finjan conocerse, hace ya muchos años.


Y yo siga convenciéndome,

que no vale la vida, vivirla tan solo.

Y yo siga buscándote,

para pedirte, ¿quieres ser mi cómplice?


Volaremos, más allá de las nubes,

te inventaré nuevas canciones.

Las cantaremos, a favor del viento,

quédate conmigo, prometo ser tu cómplice.



Quizás las semillas voladoras de los pinos,

sigan aprendiendo a rezar,

y le rueguen al viento,

las junte con quien deben y quieren estar.


Y tal vez, los más perdidos,

lleguen tarde a casa, a su computadora.

Se sienten frente a la pantalla,

y vean al mundo, desde sus sillas.


Y yo siga convenciéndome,

que no vale la vida, vivirla tan solo.

Y yo siga buscándote,

para pedirte, ¿quieres ser mi cómplice?


Volaremos, atrapando las nubes,

te inventaré nuevas canciones.

Las cantaremos, a favor del viento,

quédate conmigo, prometo ser tu cómplice.

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Puedes dejar tus apreciaciones aquí o en cualquier canal de comunicación que compartamos (facebook, correo). Para dudas, sugerencias o lo que quieras, puedes escribir a botesymareas@gmail.com


Un abrazo. Espero seas feliz.

domingo, 26 de septiembre de 2010

25 años

Hoy ha cumplido los 25 años, y el verano, tal como la rutina, se presenta inevitable. 25 veces los tíos han estrujado sus mejillas, y han mostrado cada vez sorpresa por lo crecida que está.


Son 25 largos años en que los cuidados de mamá han logrado que nada la ponga en peligro. 25 años reposados en que la princesa de papá no ha sabido de carencias ni de deseos frustrados. En la infancia, llegando cada día hasta el colegio de pago donde se enseñaba lo correcto, y ya de grande, arropada por la cautelosa misión de no romper la burbuja que la protegía. Hoy, nadie quiere perderse la gran celebración: cumple 25, y nunca ha dejado de llegar a casa por las tardes. En la cena, la conversación es sobre temas de adultos, que no le interesan. Y qué va, si aunque le importaran, no le dejarían entrometerse. Por la noche debe ceder su cama a un primo, y con la vista perdida entre los recovecos de la alfombra comenzó a comprender que es tiempo de salir del letargo. Comenzó a comprender aquello de las mariposas de Elena, su amiga, que caminaba en círculos planeando su huida, y a la que antes de partir escuchó sin prestar demasiada atención.


Y cuando el revoloteo de las mariposas ya no pudo contenerse bajo su vientre, cuando los mástiles de las banderas herían su cuerpo dormido anhelando la libertad, buscó el atlas que Elena, previendo lo que sucedería, le había dejado en un cajón. Montó en su bicicleta, y aún sin entenderse, se perdió de pronto bajo la línea curva del horizonte, tras la cual se escondían los sueños y anhelos secretos de la ciudad.


Se había acostumbrado a distinguir lo bueno, que era aquello que tenía, lo que los padres siempre le otorgaban, y tuvo que aprender sobre aquello que nada sabía. Olvidar aquello que escuchaba en las canciones, eso que dicen de la melancolía, y de los riesgos que conllevan las huidas. Olvidar el miedo a la oscuridad y llorar sola oculta en un rincón. Comprender que no importa el destino, porque lo importante es el viaje. En el camino comenzó a proponerse destinos imaginarios, mezclando el sueño con la realidad, y preguntó a gentes desconocidas por las referencias necesarias. Con el correr del tiempo, fue haciéndose parte natural de las fiestas que tiempo atrás tanto había anhelado. Creció donde mejor podía hacerlo, en sus lugares soñados, entre las trillas de los campos y la Rayenantu*, entre las bromas de los feriantes y los estofados de las abuelas, en pueblos que nunca encontró en sus mapas.


Han pasado ya varios años. Ahora recuerda con nostalgia los tiempos en que compartía con sus padres. Ahora, sentada frente a la plaza, iluminada por ampolletas de colores, repara en cuanto ha crecido, y entiende que aquel no era un crecimiento de los que sus tíos pudiesen notar.


“¿Dónde está la niña que vimos partir?”, pregunta su padre, cuando ve delinearse de nuevo la menuda silueta bajo el marco de la puerta. Ella, mientras reparte abrazos, intenta explicar lo necesario que era que aprendiera a sanar sus propias heridas, a sufrir sola, a llorar. Con los ojos humedecidos les cuenta lo importante que era aprender a fallar por sí misma, y asumir el reto de las malas consecuencias que traen los errores. Porque fallar muchas veces no siempre supone ir mal. Porque al fin y al cabo, atreverse y fallar las veces que sea necesario es lo más parecido a lo que debiese ser la vida. Porque ahora, estaba lista para aquello. Ahora está preparada para vivir.


*Rayenantu: laguna ubicada en la localidad de Santa Juana, en Chile. En mapudungún, significa "Flor dorada" o "Flor del sol".

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Una nueva canción de huidas, en la que quizá me siento más representado que otras veces. Porque a mí también me gustaría montarme en la bicicleta y partir a donde sea. Para conocer y entender otras vidas, otros sufrimientos y otras razones. Para vivir.


Las canciones que dejo aquí en el blog son solo "demos" o maquetas de lo que serán las grabaciones definitivas, las que deberían estar listas a principios del año venidero. Espero encontrarte también allí. Por mientras, puedo regalarte algunos archivos mp3 con algo del trabajo de Botes y Mareas a través del correo electrónico. Solo tienes que pedirmelo. Te dejo aquí la canción "25 años".


25 años

(puedes escuchar la canción en el reproductor de música puesto a continuación)


25 años fueron los que no dejó,
ni un día de volver a casa al atardecer.
25 años de aspirinas, de jarabes,
de cuidados intensivos, de colegio y amistades.

Hoy ya está de vacaciones, y está lista otra vez,
para quedarse en casa y no tener nada que hacer,
para visitar los tíos, "¿cómo estás?, cómo has crecido".
No dice nada en la cena, y en su cama duerme un primo.

Siesta de verano, 30 grados preguntan por ti.
Roja la piel, dormido el ánimo,
cuando el escape se hace inminente,
despiértate, péinate como antes.
Haz cualquier cosa, pero ponte a salvo ya.

Un llamado urgente a su tripulación,
banderas en alto, para emprender la huída,
pero Elena se ha ido, te dejó su atlas,
caminaba en círculos y a veces rezaba,
para que lo bueno nunca se acabara.

Y un día, sin avisar, planeando la huída,
subida en dos ruedas la vieron partir,
"a donde sea, lo importante es el viaje" se decía.
Y apenas en un rato, olvidó lo que sabía,
Calle Melancolía, Kilómetro 0.
Coincidieron en su pecho, mareas y recuerdos.


Tuvo que vencer sus miedos, aprendió a llorar,
y a poco andar, se rompió su burbuja.
Le preguntó a gente extraña,
por direcciones de calles que se inventaba.

Cuanta experiencia había ganado,
en esas trillas, en las fiestas de los campos,
en la Rayenantu*, sus lugares soñados,
cuanto había crecido, cuanto había cambiado.

Que si la vieran sus padres, ya no creerían que aún es la misma,
¿dónde está la niña de mis ojos, que un día vimos partir?
Padre, yo soy la misma, la que tú conocías,
era urgente que aprendiera a sanarme la heridas.
A fallar, ya he aprendido, ahora muero por vivir.

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Puedes dejar tus comentarios, dudas o sugerencias aquí o en cualquier canal de comunicación que compartamos (facebook, mail). Te dejo un abrazo.

lunes, 16 de agosto de 2010

Aquello oscuro y nuestro

Huímos otra vez. Donde nos esperan hoy las risas alegres de las amistades. Después del bar donde canté nos refugiamos en lugares ajenos, pero que ya sentimos propios. Silenciada la música y las bromas, cuando las risas se acallan, nos vigila la luna, y para dorimir nos trepamos en esas gigantescas montañas de miedo que han dejado en el salón los amigos que salieron. Fueron a bailar, creo. Algunos a olvidar.

La noche debilita los corazones. En la oscuridad intento adivinar tu silueta para evitar el naufragio. Agarrado fuerte a tu pelo encuentro la paz y el reposo, y me entrego a los recuerdos, cargados de nostalgia, que llevan a la memoria a andar por caminos planos y otros aún por pavimentar. Recuerdo, al borde del abismo del sueño, a aquellos hombres que se pierden de un lado a otro de la ciudad buscando algo de comer, extrañando brazos llenos de sol que entibien sus manos frías, y en el silencio se me hace inevitable escuchar el rugido de esos vientres lejanos, de hermanos, amigos y viajeros que golpean puertas húmedas que suenan más despacio durante las tormentas.

Es que pienso en aquello que, siendo tan oscuro, tan vergonzoso e indebido, nos pertenece. Las desgracias, el hambre y la miseria, los errores que siempre cometemos y que nos taladran cada vez la conciencia. Pienso en la indiferencia y el letargo diarios. Pienso en la parte más oculta de nuestras vidas. Aquello que no enseñamos a nadie, de lo cual no nos orgullecemos, pero que, querámoslo o no, forma parte también de nosotros.

Y como siempre, intento no olvidar que la verde naturaleza de las selvas, las altas paredes en los campos de la caña, y los gruesos túneles en las minas de cobre y oro, ocultan gritos desesperados de libertad, derechos y dignidad. Los lamentos y plegarias son mudos, y la fe que los sostiene queda guardada en los débiles pechos de los niños que llevan las manos sucias. Quisiera hacer nuestros esos sufrimientos, esas injusticias y arroparlas en nuestros propios brazos, para darles algo de calor, para susurrarles al oído a esos hombres y mujeres que mañana todo irá mejor. Aunque quizá no sea cierto. Quizá los que matan no se mueran de miedo, y sigan con sus planes cobardes y metódicos para someter al que creen inferior. Puede que aquello no cambie. Aunque puede que sí, y por eso les susurro. Por la esperanza en el porvenir, a veces vaga. Por el sueño futuro, un tanto impreciso, pero siempre nuestro.

Una imagen me golpea la sien como un pájaro carpintero. Son los elefantes de mi abuela. Ella siempre me dijo que esas figuras que atesoraba sobre la mesilla debían mirar a la pared como señal de buena fortuna. Esa, era su precaución ante lo oscuro, ante el devenir desconocido. Como el que busca en el periódico la tira del horóscopo, o pretende hallar en bolas de cristal o en la geografía de su mano izquierda lo que no develaron con claridad las cartas. Todos buscan precauciones, respuestas, ante la desgracia y el infortunio. Otros cumplen con méritos para alcanzar la salvación, o incluso esperan venidas milagrosas que rediman de una vez todos los errores humanos. No sé si sea así. Creo que debemos ser nosotros quienes intenten quitar el hambre y curar el SIDA antes de redenciones milagrosas que hagan todo el trabajo por nosotros.

Todo es nuestro. Lo que ocurre al otro lado de la ventana y lo que llega como eco lejano desde latitudes remotas. Incluso lo que ocurre en esta habitación. Tu pelo que ya no reclama porque lo sujeto con violencia, mi imaginación invitandote una copa de vino, animándote a un beso que comparta lo mejor y lo peor de nosotros.

Y bueno. Yo seguiré a tu lado. Viendo a través del cristal como mis sombras envejecidas persiguen por las veredas lo que quedó después de nuestras derrotas. Dejando las guirnaldas al pie de la cama para recordarnos que a veces sí somos felices. En realidad, muchas veces, aunque a veces lo olvide. Y de vuelta a casa, debemos sortear los cuerpos de los derrotados. De los que no encuentran otro sentido y forma que rendirse ante sustancias que desconocen. Quizá escapan del mundo terrible que nos toca vivir, o tal vez no encuentran otro sentido que el que vemos ahora con nitidez. Quién soy para decirles que están equivocados. No sé siquiera si ese es su lado bueno o el oscuro. Quizá en un momento en que nada más merezca la pena, morir por algún rato sea su única salida. No lo sé. No sé si es su lado bueno o el oscuro, pero sé que es nuestro, y que no nos va bien negarlo.

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Alguien me preguntó alguna vez por qué mis canciones solían ser tristes. Siempre le respondía que no todo en nuestra vida podía ser color de rosa, que tal como las fiestas y la alegría, el sufrimiento y la tristeza también existen, y que son estos sentimientos tan válidos y reales como los primeros. Hay quien quisiera negar que las penas y el dolor forman parte de nuestras vidas, y por eso se enmascara en una supuesta felicidad eterna. Son los mismos de siempre los que dicen que todo está bien y que el futuro estará aun mejor. Yo no puedo, no puedo olvidar a los que sufren, y a ellos van mis canciones (por cierto que también vendrán canciones alegres. Intentaré, dentro de lo que es posible, cubrir todos aquellos sentimientos).

Para esta canción he tomado algunos versos de Francisco Arriagada ("después del cristal que quiebra el sonido..."). Gracias a él, por su disposición y buena voluntad.


Aquello oscuro y nuestro
(puedes escuchar la canción en el cuadro de reproducción a continuación)



Elefantes que miran hacia la pared,

guirnaldas al pie de la cama,

recordando noches de juerga,

que acababan sobre almohadas.


O sobre montañas de miedo,

que la esperanza hechizaba.

Haberte visto tan pronto,

y conocerte tan tarde.


Después del cristal que quiebra el sonido,

donde cuento los resquicios,

en la vereda en que a veces deambulan,

mis sombras, cuando te siguen.



Un hombre busca algo de comer,

y extraña los brazos que lo acunan.

Y yo en mi cama doy vueltas,

vientres que rugen mi sueño gangrenan.


Reparto mil maldiciones,

agarrado fuerte a tu cama.

oímos gritos, fe y oraciones.

violencia metódica, muertes rutinarias.


Te ofrezco un brindis, un beso, un pecado,

somos jóvenes, siempre fallamos.

Vente conmigo, sumemos abrazos.

No me rendí, solo es que a veces me canso.


De vuelta a casa, en las calles,

debemos sortear esos cuerpos,

la noche los ha vencido,

balas de alcohol, marcarán,

su destino.



Puedes dejar tus comentarios en cualquier canal de comunicación que compartamos (facebook, blogspot, correo, etc.). Te pido disculpes las deficincias del sonido. He tenido especiales problemas para grabar esta vez, pero ya vendrán registros de mejor calidad. Gracias siempre por estar cerca.

miércoles, 21 de julio de 2010

Retrato de una lluvia de madrugada

La lluvia se cuela remolona en nuestros techos y repiquetea traviesa al caer sobre las aceras. En estas noches de tormenta, que azotan nuestro sur, me desvela el tronar del cielo negro, y no puedo quitar de mis pensamientos el recuerdo tierno y algo distante de aquellos que no disfrutan tanto asomándose a la ventana para ver las gotas al otro lado del cristal.

Recuerdo las paredes delgadas, húmedas, atravesadas duramente por el frío. Sus habitantes, hombres y mujeres despiertos, se mantienen en vela esta noche, cuestionando los días, inquietos por la débil salud de los pequeños que descansan acurrucados junto a las mantas. Cuestionando, si es que por estos días, aún siguen vivos. El miedo y la desesperanza arrincona a estos hombres y mujeres, que acaban tambaleándose como la débiles y asustadizas almas del guetto.

Pienso en eso y quizá mantengo la esperanza de que algunos versos cubran con sus palabras sensibles los pies entumecidos de aquellos niños, aunque mi esperanza es otra. Cuando digo que la poesía quizá abrigue a los que pasan frío, realmente solo me estoy consolando, porque en verdad creo que debemos ser nosotros los que arropemos a los que sufren. Arropar a aquellos que viven cerca, pero cuyo silencio los hace pasar desapercibidos ante nuestras miradas ocupadas y cubiertas de problemas. Aquellos que existen, que ven, que dudan y sienten, y que buscan un hueco en nuestros corazones para regalarnos su cariño y enseñarnos lo qué es realmente importante.

Para ellos va esta canción, breve como los recuerdos que me invaden como rayos, para decirles que estamos con ellos, que no los vamos a dejar solos. Para ellos. Los que sienten, los que sufren, los que anhelan vivir.


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Te entrego aquí la que es mi canción más breve, que sigue trazando este camino de la canción consciente. Para recordarnos que no estamos solos, que nos necesitamos.

Te dejo un abrazo.



Retrato de una lluvia de madrugada

(Puedes escuchar la canción en el reproductor ubicado a continuación)




Te escribo desde el sur, donde llueven mariposas,
y el invierno se hace duro.
Hoy casi todos velan esta tormenta,
muchos recuerdan que aún siguen vivos.

Mis libros se amontonan sobre la cama,
y el miedo sobre sus techos.
El frío atravesando sus paredes,
frágiles, como almas en el guetto.

Será que hoy por fin la poesía,
nos arropa, nos arroja besos.
Vente conmigo, que la noche acaba,
y su esperanza se oye más que el trueno
.



Soneto XXIX, de Pablo Neruda

Porque no he podido resistirme a la tentación y el atrevimiento de acercar una obra de Neruda a mi guitarra, para que tuviesen, yo no sé, quizá un amorío.

Porque imagino como, en la oscuridad de la madrugada, los libros se encierran en la pequeña habitación del poeta, y como las palabras que se desprenden de las páginas amarillentas se arremolinan intentando desbordar las delgadas paredes blancas. El poeta recuerda, siente y duda, dejándose arrastrar a aquellos parajes que hace algunos meses han maravillado a sus ojos. La muchacha de cabellos rojizos se sienta frente a su rostro cansado, y sus manos se apoyan sobre las mantas inmaculadas, blandas como los labios gruesos de la mujer.

La muchacha de manos frías ha nacido en el Sur, donde las aguas golpean con fuerza los techos y los terremotos provocan desgracias indescriptibles en sus habitantes. La greda oscura de los pequeños pueblos, que danza y se acaricia entre las manos de las viejas artesanas, ha dejado leves sombras en su frente, que son ahora testigos de la mirada inmóvil del poeta buscando descubrir hasta los recovecos más ocultos y las curvas más lejanas del rostro frío de la muchacha. En aquellos recovecos se esconden los recuerdos de la infancia, esa infancia donde el verano era más largo y el mundo más pequeño. Cuando los pies descalzos tropezaban con las piedras lisas de los valles, o con los bordes cortantes de las costaneras. Las pelotas sucias y gastadas llegaban a dar violentamente contra la batea en que tu madre lavaba nuestras ropas, y los delgados maderos que sostenían los alambres invadían nuestras improvisadas y mínimas canchas. El golpear del uslero adelgazando las masas anunciaba la hora de la once, y al siguiente día, cubríamos de tierra el pan endurecido que cargábamos por horas en nuestras manos imberbes. No siempre hubo pan tibio, no todas las semanas llegaron dulces del sur, y a veces el hambre burló las barreras y se instaló sobre nuestras dignidades.

Porque nuestras madres y abuelas siguen lavando las ropas del cielo, en un sur cálido abrigado por sus propios Amores. Por enseñarnos que el recuerdo de la raíz le da vida y sentido a nuestro canto y a nuestra vida. Porque sin las raíces no seremos nada.

Por enseñarnos que la pobreza no es un problema, sino una virtud.

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Soneto XXIX
de Pablo Neruda



Vienes de la pobreza de las casas del Sur,
de las regiones duras con frío y terremoto
que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
nos dieron la lección de la vida en la greda.

Eres un caballito de greda negra, un beso
de barro oscuro, Amor, amapola de greda,
paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.

Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.

No siempre, tuvo pan o delicia.

Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma,
en su cielo tu madre sigue lavando ropa
con mi madre. Por eso te escogí, compañera.

Por eso te escogí.



martes, 18 de mayo de 2010

Dijo un hombre una vez

La tarde en la ciudad se vuelve naranja, cuando la panza del horizonte comienza a tragar lentamente ese enorme sol que ha bañado las costas durante las largas horas del otoño. Las aceras se enfrían bajo las sombras de los viejos árboles. Los edificios del hospital, antiguas estructuras que refugian las pequeñas e inquietas figuras de las enfermeras, nos abrigan de la desnudez del cielo, ese cielo que se desplanta imponente como un artista sobre el escenario, por encima de la línea del mar.

Allí te espero, apoyado en un pasamanos frío que me separa de la calle, dispuesto de tal forma que parece que quien lo ha instalado ha querido prevenir a los suicidas de lanzarse sobre un pequeño barranco que acaba en la carretera. Y es que si uno de ellos caminase por ahí, al menos se le vendría la idea a la cabeza, claro.

Cuando el naranja se pierde, el frío deja de ser una anécdota para quien lleva tres cuartos de hora inmóvil, oyendo por la radio las últimas movidas de la política, o esperando que el programador entibie la aburrida tarde con una de Los Piojos. En algún momento, incluso, camino algo inquieto hacia el patio del hospital, previniendo la llegada de algún personaje que pudiese resultar incómodo o, incluso, hasta peligroso.

Ya llega la hora de verte, o al menos eso espero, cuando por la espalda oigo un murmullo atronador, que parece amplificado por los cerros a los que se enfrenta. Una delgada figura encierra lo que, estimo, deben ser unos 80 años de trabajos y salas de espera. Me dice algo sobre unas radiografías que no entiendo muy bien, a diferencia de lo que la breve voz relata luego, asumiendo que se ha encontrado con otra persona de tantas que no la escucha más que al locutor de la radio, que sí cuenta cosas realmente importantes. La voz del hombre parece hacer grandes esfuerzos por mantenerse a flote en cada frase, y su dueño parece hacer lo propio por no omitir ninguna palabra que considere adecuada. Las cosas triviales, los papeles y los exámenes, crecen como bolas de nieve, y las grandes cosas que las suceden, logran al fin quitar mi vista del lugar de nuestra cita.

En minutos, las palabras del viejo invitan a cientos de imágenes a invadir mi cabeza. Sus inicios en la vida laboral, su habilidad para adaptarse a las distintas necesidades, el cariño de la mujer que lo espera por años con un plato de sopa sobre la mesa, me arrancan de la orilla del mar y me voltean como una bofetada hacia las sencillas habitaciones que repletan las faldas del cerro. Allí dentro, una anciana hace repaso de lo andado, mientras conjetura mil ideas posibles sobre la visita de su esposo al hospital. El pan se entibia quieto sobre la cocina, la tetera chirrea endiablada a su lado, mientras el humo de la chimenea escapa frenético como una señal de que aún hay vida deambulando entre los antiguos muebles.

Los fantasmas recorrían las calles por esas horas, buscando quizá a algún habitante desprevenido a quien poder arrebatarle el alma para volver a la vida. Pero el viejo nunca desviaba su andar, y tomaba el camino de regreso sujeto a un gran cuerda que lo llevaba a casa por el sendero más corto.

No puedo escribir aquí la historia completa de aquella ciudad, pero puedo contarles que la conocí cuando el hombre cuerdo levantó las lozas de la acera para dejarme ver los sufrimientos y las luchas de su pueblo golpeado. Golpeado por el olvido. Por la indiferencia, la pobreza. El viejo era quizá el mayor testigo del dolor de los hombres y mujeres, del pasar lento y triste de los años, de las largas caminatas de vuelta a casa después de 11 horas de trabajo mal pagas. El viejo conoció las grandes y ásperas manos de los pescadores, de los carpinteros, de los obreros, y aprendió, estoy seguro, más de lo que cualquier libro puede enseñar.

Se hacía tarde y el hombre se aferró con fuerza a la gran cuerda, volviendo sus ojos de mar hacia mí, y preguntándome para qué construimos nuestros grandes sistemas. El viejo se preguntaba por qué habían hombres que luchaban toda su vida por llegar a ser grandes médicos, por qué nos empeñábamos en regular y disponer todo según nos parecía lo mejor. Para qué, si las cosas realmente importantes son aquellas más simples, las más cotidianas, las más despreciadas. Después de su largo paso por este mundo no pavimentado, el hombre cuerdo sabe con certeza cuáles son aquellas cosas. Nosotros, quizá, estamos a ratos demasiado empeñados en encontrarlas en libros y grandes tratados, y dejamos pasar a los viejos locos por delante sin prestarles atención. Tú te fuiste hace ya un buen rato, y en el camino a casa consigo la calma necesaria para entender al menos una pequeña parte de las enseñanzas de mi sorpresivo visitante. No nos encontramos hoy, pero a cambio de eso ganamos nuevos saberes, nuevos destellos de luz que se suman a muchos otros para seguir formando nuestra estrella polar.

Y allá va el viejo, esperando morir en paz. Tranquilo y paciente como los reptiles tendidos al sol. El hombre cuerdo, ignorante del futuro que pertenece a los jóvenes, se recuesta a la orilla del mar, y entrega sus manos cansadas y su cuerpo a la tierra húmeda que acoge las olas. El viejo entrega su vida al mar, mientras las ruinas y la soledad lo abrigan sin dejarlo jamás. El viejo entrega su vida a la eternidad. Quizás ahora descanse en paz.

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Vuelvo a las raíces. La guitarra y la voz intentan abrigar esta vez la historia de este hombre del que no conozco nombre, dirección, ni referencia alguna. Ese hombre que me preguntaba cosas que no pude responder porque, claro, hasta hoy no puedo hacerlo.

A veces siento que la vida me regala canciones hechas, como esta, cuya creación debe reconocérsele también a este hombre noble, que no debe siquiera recordar su encuentro conmigo, pero que logró emocionarme de tal manera que merecía sin duda un espacio entre estos botes y mareas.


Dijo un hombre una vez

(puedes escuchar la canción en el siguiente reproductor)



El hombre cuerdo, bordado a su pueblo,
caminaba sin temer entre fantasmas, espectros.
Hablando del futuro, que ya no esperaba,
de la cuerda que lo ataba a su hogar.
De las bestias, de ti, del hospital.

Tenía el hombre ya 80 noviembres,
se cortaba con el filo del recuerdo.
Calmando el frío con su canto de cisne,
construyó de nuevo el sufrimiento de ayer.
Levantó las lozas de la calle para dejarme ver.

Nostalgia de lo que aun tenemos,
por aquí el olvido ya no deja respirar.
Los tiempos pasados siguen aún vivos,
Al viejo lo recoge el mar.

Y nos quedamos solos, a merced

de las ruinas, de la soledad.

Recuerdo aquel día, ver sus manos,
como rocas talladas por la mar incansable,
Cargaron armas, sueños, luchas, esperanzas.
Nunca descansaron, no me miras, ya sé,
los ojos se humedecen, con el recuerdo de ayer.


Cuanto tiempo ha pasado,
mil y una noches e historias.
Será hoy el momento, de buscar las respuestas,
de este viejo, que me preguntaba,

¿”para qué todo esto”?, ¿para qué todo el plan?


Y es que nunca le devolvimos nada,
nunca le pagamos, y así morirá.
Solo, y olvidando el futuro.
A merced de la tierra, de su Amor, del mar.
De la eternidad.


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Como siempre, te invito a dejar tus comentarios, experiencias, reflexiones, dudas o lo que quieras en cualquier canal de comunicación que compartamos.
Así estamos más cerca.



martes, 20 de abril de 2010

Elena

Elena ha despertado intranquila, es temprano y se sienta sobre la cama a masticar los sueños nacientes que hace unos días la mantienen confundida. En el lugar que vive, se dice a sí misma, este tipo de sueños es absurdo, estas ilusiones no son más que una utopía. Pero las mariposas en su vientre, una noche más, no la han dejado conciliar el sueño. Su madre duerme aún hacia la pared, y la joven lleva su vista perdida hacia el húmedo techo blanco.

Durante el día, Elena aprende las cosas que son realmente importantes. Sí, Elena aprende a coser y a cocinar, preparándose quizá para ser una esposa buena, una mujer normal. Pero los años pasan y lo que ayer eran mariposas revoloteando en su vientre nervioso, hoy se han convertido en enormes banderas de lucha y esperanza, que, como a una criatura en el vientre, se hacen con el tiempo imposibles de ocultar. Elena sueña con romper las alambradas, con saber que hay más allá del bosque encantado, con probar manzanas envenenadas de malvadas brujas y como no, sueña también con un príncipe azul que trepe sus largos cabellos y la despierte del letargo, de las recetas de la abuela, de la horrible rutina. Elena, así como Caperucita, se acerca a su ventana los días de lluvia y sueña con ser como las gotas de rocío, al otro lado del cristal. A la hora de almuerzo, contempla a su padre y a sus hermanos discutiendo sobre el último chisme de los vecinos, sobre los animales que rondan la casa y sobre las labores de siempre y entiende que, a veces, sus pensamientos y anhelos no tienen nada que ver con los de ellos. Sus sueños de romper la burbuja son aquí impronunciables. Son pecados.

Pero un día, la niña de cabello largo y viejos zapatos ya es una jovencita, una pequeña adulta, y en el silencio, ella y todos alrededor comprenden que es tiempo de partir, de buscar por fin sus sueños en las inmensas manos del futuro. A su llegada, el nuevo hogar, el aroma del pan tostándose por las mañanas, y el abrazo de su fuerte príncipe la arropan tanto como el dulce chocolate caliente que bebe a la orilla de las brasas. Su amante protector se ausenta la mayoría de las veces para traer a casa el pan y las luces del mundo, el Amor que florece en el jardín y que él le arrebata a las flores que corta para Elena.

Meses, quizás años, yo no sé, quizá fue tan solo un instante, tal vez. El caso es que de un momento a otro ya nada es como antes. Los besos tibios y las caricias nocturnas se han convertido ahora en gritos, riñas e insultos. Las flores cantan una triste elegía fuera de la casa, pero el hombre que llega por las noches no repara siquiera en su existencia. Y una pequeña, sí, o quizás más, exigen a su madre el calor y la ternura que se tiene que inventar, porque ya no recibe de ninguna parte. Elena acuna a sus niñas, extrañando esos tiempos de risas y bondades como si hubiesen ocurrido hace mucho, mucho tiempo. Su libertad ha sido de nuevo robada, sus sueños, se han desvanecido, y esta vez, para Elena, nunca han de volver.

Con el saber que entregan los años difíciles, los días terribles, los llantos y el frío atronador, Elena se ha convertido en una mujer de bien, en una luchadora por los sueños de sus hijas, en una visionaria del porvenir, y ya se acostumbraría a no descansar jamás.
Elena ha comprendido, después de tanto tiempo, de tantos duros golpes del camino, que la libertad que buscó por tantos años, la había encontrado por fin en el Amor y la entrega constante por el bien de los suyos. Es una lección difícil, claro, y quizá sea necesario sufrir y luchar una vida entera para comprenderla de la mejor manera. Pero Elena ya la conoce muy bien, vive en ella y yo la he aprendido de su sabiduría. No con palabras, no con manuales ni grandes tratados, sino en el silencio de esas frías madrugadas en que veo a Elena levantarse de su cama con el solo afán de hacerme sentir más cómodo, más cálido y a gusto. Elena no lo cuestiona, no lo cobra. Solo le basta con tener la certeza de que estoy bien, de que nada me falta, de que nada necesitan los suyos que ella no pueda darles. Elena es mi abuela, y hoy, haciendo repaso, agradezco la sabia lección de vida que de ella he aprendido. Es difícil, difícil de creer y de practicar, pero ya lo he comprobado: la libertad está en el Amor. La verdadera libertad se encuentra al amar.

No sé si su historia es tal como aquí se relata, no lo sé, pero sé que es igual a la de muchas Elenas, que después de soñar, sufrir y luchar, se han convertido en heroínas, en mujeres nobles. A todas ellas mi aprecio y este humilde homenaje, absolutamente insignificante para retratar, valorar y agradecer lo que día a día hacen por sus hijos, por sus esposos, por sus nietos.

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A mi abuela, Elena Candia, por sus palabras, por sus enseñanzas, por su sabia preocupación y su comprensión infinita. Para ti, abuela, quien se desprende de todo para dárnoslo, va esta canción. Gracias por las sopas calientes y los desayunos que apagan el frío. Gracias por regalarnos tu ejemplo, tu lucha incansable, tu sonrisa permanente y tu Amor generoso. Eternamente, gracias.


Elena

(puedes escuchar la canción en el siguiente reproductor)




Elena, joven y hermosa, enredada en mil dudas,

se ha despertado inquieta intentando acallar,

las veintiún mariposas danzando en su vientre,

en este reino donde se prohíbe soñar.


Elena mira hacia el techo y atrapa mil versos,

que hablan de mundos mejores, finales de cuentos,

Elena sabe que aquí el soñar es ingenuo,

y regar esperanzas es pecar.


Elena surca los años, se apaga su fuego,

mientras cocina y le inculcan responsabilidad.

Pero ella guarda en secreto ilusiones, promesas,

de un día crecer, y huir de este lugar.


Elena llora desde su ventana,

y tras el cristal, se derrumba la ciudad

Elena llora en silencio, ¿qué será de mí?

si no lo logró hallar, nunca, mi mes de abril.


Y se pregunta, ¿qué saben de este tormento?

¿De este humo, de estas ganas de llorar?

Y se pregunta, en silencio, ¿qué saben ellos?

De estos sueños, de estas alas,

para volar.


Una maleta con flores ha cargado Elena,

y ha repasado el mapa buscando Amor y libertad.

Llega y su hombre la cubre de besos prohibidos,

“duerme, mi bien, que yo traeré luz y pan”.


Por unos meses Elena habitó el paraíso,

y se sorprendió aquel día, en que todo cambió de color.

Gritos, insultos, y en sus brazos una pequeña,

nuevos humos ahora nublan su soñar.


Elena llora de nuevo abrazando a sus niñas,

¿Qué fue de mis sueños, que fue de mi libertad?

Y entiende ahora, después de tantos años,

que su libertad, la ha encontrado, al amar.


Y me pregunto, ¿qué saben de sus tropiezos?

¿De sus fuerzas, para no capitular?

Y me pregunto, en silencio, ¿cuánto sabemos?

De sus amores, de sus alas, para volar.

Y me refugio en su dulce voz, en su silencio,

quizá logre aprender, de la libertad,

quizá logre aprender de su experiencia,

quizá logre aprender a amar.


Y se pregunta, ¿qué saben de este tormento?

¿De este humo, de estas ganas de llorar?

Y se pregunta, en silencio, ¿qué saben ellos?

De estos sueños, de estas alas,

para amar, para volar.


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Sabrás disculpar la extensión de la entrada. Creo que esta vez merecía la pena.
Como siempre, me gustaría dejaras aquí tus comentarios, opiniones, agradecimientos,
mensajes, sugerencias o lo que quieras.
Un abrazo fraterno.
Gracias por estar cerca y por permitirme estar cerca de ti.



domingo, 21 de marzo de 2010

Sólo cuento los días soleados

Hasta ayer, muchos de los hogares que crecían a las orillas del mar, con sus cimientos tan cercanos al océano que se remojaban como pies en el agua, eran refugios seguros y tibios para sus habitantes. Hoy, los más golpeados por la fuerza del oleaje lucen con vergüenza en sus fachadas grandes cruces rojas, bajo las cuales pueden leerse leyendas crueles y terribles, como "demoler" o "preparada para botarse", arrojando así a sus antiguos refugiados al exilio más triste y doloroso.

A todos la tragedia nos ha golpeado de manera distinta. A los más afortunados les correspondió la "suerte" de, sabiéndose en buen estado, comprobar atónitos la desolación en todo su rededor. A los más desgraciados, les fue entregada la dura tarea de ver como, frente a sus ojos, las aguas oscuras cargaban en andas a sus padres y hermanos, solo para regresarlos sin vida hasta días más tarde. Las historias de todos y cada uno de los sobrevivientes podrían repletar de sentimientos cientos y miles de canciones, pero lo cierto es que jamás llegaremos a saber de todos los hombres y mujeres que se aferraron con fuerza a sus vidas y a las de sus amados. En este tema recuerdo con especial admiración a una mujer que logró salvar con vida en una bella caleta. Y es que hasta hoy, cuando pienso en sus palabras, no puedo entender qué clase de fe, o que tipo de fuerzas guardaba en su regazo, que le permitió levantarse sólo horas después de haber perdido a su "compañero", y pensar ya en el incierto futuro con la mirada perdida en el lejano horizonte, desde el cual parecía escuchar la triste elegía de su hombre, que la llenaba de vida y le permitía mantenerse de pie en esos momentos terribles.

Cierta vez, grabada en un antiguo reloj de sol, se leía la intrigante frase "Sólo cuento los días soleados". Claro, aquel reloj tenía la fortuna de pasar por alto los días grises, que son casi siempre fríos y difíciles, y solo cumplir su labor cuando los amaneceres lo colmaban de los rayos tibios del sol, que se convertía en su único y fundamental asistente en el trabajo.

Muchas veces, ante las tristezas y las dificultades, olvidamos ser como ese viejo y gastado reloj, y, en nuestro calendario de experiencias y caminos, damos la prioridad y llenamos nuestros recuerdos con los días grises que nos tocó atravesar alguna vez. Quizá sería mejor si hiciéramos como el reloj, y tuviésemos más en cuenta en nuestros recuerdos las experiencias vividas en esas jornadas claras y felices, llenas de destellante luminosidad. No se trata de olvidar aquellos días grises y difíciles, que tanto nos enseñaron y de los cuales tanta experiencia hemos obtenido, sino de privilegiar en nuestros momentos de miedos y dificultad, y en nuestros pensamientos cotidianos, aquellos recuerdos luminosos, regados de la revitalizante luz de nuestro sol. Luz que, como al viejo reloj, nos estimula y nos ayuda en toda nuestra ardua labor.

De esa luz, que regala cientos de colores, se alimentaron los desterrados, cuando el desastre los obligó a huir de sus tierras prometidas. Escaparon entre los derrumbes de nuestra ciudad. Escaparon entre lágrimas, gritos y mentiras, mientras en los montes aguardaban despiadadas serpientes que les arrebataban el pan de las manos. Algunos, tan crueles como las víboras, llegaron raudos a venderles sueños, a ofrecer promesas que nunca cumplirían.

Pero los hombres y mujeres se fueron convirtiendo poco a poco en estatuas de sal. Así, tan frágiles, susceptibles y desamparadas, su grandeza estaba en que, tal como la sal es para la humanidad un alimento esencial, estos hombres y mujeres estaban compuestos de los valores y luchas más esenciales, los cuales nos enseñaron, llegando a iluminarse de tal forma que llegaron a convertirse en nuestros guías, en nuestra estrella polar. En las mañanas frías, se levantaban temprano para compartir sus abrazos con los que aun se hallaban caídos. Gracias a ellos, a estos hombres y mujeres custodios de la esperanza, al poco tiempo de ocurrido el desastre pudimos contar de nuevo, en nuestros desgastados calendarios, luminosos y felices días soleados.

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A las víctimas del terrible terremoto, a sus familiares y a sus amigos.
A quienes trabajaron por nuestro bienestar, a los Bomberos, militares y Carabineros. A los trabajadores de Radio Bío - Bío, fieles compañeros durante todo el año y valientes mensajeros en estos tiempos difíciles. A los "hombres de la luz", que con su presencia nos traían las buenas noticias. A quienes trabajaron para brindarnos todos los servicios básicos. A los voluntarios, que vuelcan todas sus fuerzas a la ayuda desinteresada. A los particulares, que dada la ocasión no daban tiempo a la duda, sino sólo a la buena voluntad. A los buenos vecinos. A los habitantes de la población Sta. Clara, las verdaderas estatuas de sal, de los cuales tanto he aprendido. A los sobrevivientes, que aman su vida y la de sus hermanos. A los albergados.
Pero sobre todo, a todos los hombres y mujeres, que de una u otra manera, contribuyeron a brindarnos, después de la tragedia, nuevos días soleados. A todos y cada uno de ellos, Gracias.



Solo cuento los días soleados
(puedes escuchar la canción en el reproductor puesto a continuación)



Solo cuento los días soleados,
desde un húmedo hogar, ayer seco y seguro.
Han pintado una gran cruz de rojo.
Nuestra hoguera define las letras de tiza,
nos destierran de casa y se acortan los días.

Nuestra tierra, avergonzada, nos pide disculpas.
El mar se llevó en andas toda nuestra vida.

Solo cuento los días soleados,
y la dueña del mar sigue anclada al recuerdo,
de esas noches terribles, tan frías,
cuando en la brusquedad de la gris buhardilla,
barnizaba su hombre las penas vacías.

Se levanta otra vez y la mantiene viva,
el susurro lejano de su triste elegía.

Soñadores malditos,
cogen sus miserias, y marchan al exilio.
Se ahoga en un frágil suspiro,
la esperanza de encontrarlos.

Abandonan promesas,
albumes de fotos, tierras prometidas.
Las madres se suicidan,
cada noche, ocultas tras la tempestad.

Pero una joven se pone de pie, y la radio,
cuenta buenas noticias: otro día soleado.


Solo cuento los días soleados,
te paralizará el miedo acechando tus playas,
y mañana no habrá panaceas,
si despierta tu niño atrapado entre ruinas
y las crueles serpientes roban su ternura.

Llorará su amiga Boya, exigiendo silencio,
quien se empeña en romper nuestro hogar y la calma.

Solo cuentan los días soleados,
y se animan de nuevo a salir en pijamas,
llegaré a rastras a la ventana,
me enceguecerá el fuego de un nuevo fracaso,
otra Zona Cero se duerme en tu barrio.

Un niño espera en silencio que el ruido se apague,
tenemos hambre y banderas, y aquí no para nadie.

En su frenética huída,
la ropa pesada, de barro y mentiras,
su alma respira intranquila,
y en la tele pronto los olvidan.

Mujeres y hombres de hierro,
cuidadores de sueños, estatuas de sal.
Custodios de la esperanza,
se convierten en nuestra estrella polar.

Se despiertan temprano a regalar mil abrazos,
les sonrío y cuento otro día soleado.

Les sonrío y cuento, otro día soleado.


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Puedes comentar, contar tus experiencias
y dejar aquí tus apreciaciones.
Me encantaría que lo hicieras. Gracias por estar cerca.

jueves, 11 de febrero de 2010

Olvídate hasta de mí

Esa noche eramos dos soledades que se juntaban. Salimos a caminar por las calles de esta ciudad fría, alimentándonos siempre del humo incesante que vomitan las chimeneas. Apagamos los teléfonos, siempre tan inoportunos como las lluvias de verano.

Era la oportunidad para escapar, para huir de las noticias y el bullicio de nuestros días. Olvidar las últimas movidas de la política y sacudirse de las obsesiones que luchan contra nuestra tranquilidad. Olvidar también lo mucho que dicen los libros que una y otra vez repasamos impacientes. Nadie sabía nuestro paradero con certeza y eso, contra toda la lógica, nos ponía más contentos y nostálgicos.

Ella sabía quizá tan bien como yo lo mucho que me costaba aceptar la aventura de estar vivos. Quitar de mis oídos los audifonos y no pensar en nada. Perderle el miedo al silencio. Sabía bien que me resistiría como pudiera a dejarme llevar, y que el miedo me paralizaba como los nervios en una despedida. Ella lo sabía, pero sabía también que una vez entregado a ese viaje, una vez dentro de la fragilidad que supone el hecho de saberse vivo, agradecería lleno de alegría a quien me hubiese arrastrado a esos momentos de regocijo y paz.

Así que me pidió que lo olvidara todo, solo por una noche. Que dejara atrás por un momento el hambre, las guerras y las terribles injusticias que nos amenazan a diario. Que olvidara las historias de la bella Sherezade que tanto repetía. Me pidió que me sacudiera, dejando caer al piso húmedo las largas y fastidiosas tardes de estudio. Que pusiera por detrás de una larga y roja pared de ladrillos esos acordes que no puedo encontrar y que me mantienen ensimismado mientras paseo por la casa. Me pidió que no recordara nada de esto, que simplemente, lo olvidara todo. Y me pidió incluso que olvidara que ella caminaba a mi lado.

Creo que le fui complaciente en todo, o bueno, en casi todo. Olvidé las grandes cosas que conforman mis preocupaciones. Mis estudios, los problemas, mis inquietudes, incluso mis inseguridades. Olvidé por un momento que existen los presidentes, y que más allá del horizonte se destatan terribles batallas. Olvidé lo que decían los libros y lo que callaban los acordes. Pero no pude conceder todos sus deseos, no pude responder a todas sus peticiones: y es que, por más que lo quisieras, no pude olvidarme de ti.


Y así terminamos, entregándole a las peluqueras chismes frescos sobre dos jóvenes que eran felices sin pedir demasiado. Rindiendo homenaje a los viejos mineros, quienes, abrigados por la oscuridad infinita compartían viejos recuerdos, nuevas mentiras y grandes anhelos de nuevos caminos por trazar.

Les dejo a continuación la letra del tema "Olvídate hasta de mí", que viene a relatar una nueva huída en estas ciudades que siempre nos atrapan con su ritmo frenético. La canción, por supuesto, pertenece al trabajo del proyecto "Botes y mareas".


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Olvídate hasta de mí

Hoy salimos, a brindar por las calles,
me dijiste "la pena me ha dejado, ya podemos celebrar".
El vómito de humo no te alcanza hace unos días,
Te buscan intranquilos en la oficina,
sus gritos hoy no llegan hasta acá.

Los gatos se esconden como niños asustados,
mientras tu risa apaga los gritos de esta ciudad,
algunos celebran, arriba, donde no llegamos,
regálame un helado, yo te invito a recordar.

Es que hoy quiero ser otra, me dijiste,
quiero que me devuelvan el mes de Abril.
Que no caminen esta noche los relojes,
que no sea yo, la que dejes al partir.

Camino a casa, Amor mío,
te haré olvidar las tristes guerras,
y los acordes que no encuentras, no te van a atormentar.
Te olvidarás del Presidente, de los estudios,
y las chimeneas, no nos ahogarán.
Llévame contigo, donde nunca lo he querido,
donde los dueños canallas de los bares te han dejado sin cantar.
Llévame contigo, pero abandona a ese que siempre has sido.
Quédate conmigo, pero olvidate hasta de mí.

Ahora québrate, oyendo una de Sabina,
pídeme la desdudación, como el viejo Serrat,
que esta noche no se oigan las sirenas,
ven conmigo, que hoy ni mi madre me manda callar.

Estos días me has enseñado, a mirar más hacia el cielo,
a comprar perfumes, a disimular cuando no entiendo.
Me pediste que fuera responsable, grande y serio,
no sé si lo he logrado, te lo preguntaré al despertar.

Y es que hoy quiero ser otra, me dijiste,
darle a las peluqueras, una verdad que chismosear.
Como los viejos mineros, perdidos en lo oscuro,
te enseñaré nuevas mentiras y caminos que trazar.



lunes, 1 de febrero de 2010

Botes y mareas. El proyecto.

Como los tiempos de paz y equilibrio vuelven lentamente, después del ritmo frenético del fin de un año y el comienzo de otro, comienzo ahora a embarcarme en una aventura de aquellas que más disfruto: aquellas de las cuales no conozco el final.

Haciendo útil las escasas inspiraciones y las ideas sueltas que me visitan por momentos, empiezo a esbozar aquí los primeros versos inexpertos que deberían convertirse en las próximas canciones. Es cierto que los versos están temerosos, y que si la titmidez es su problema, las melodías sufren definitivamente de paralisis por el mismo motivo. Pero los días de vacaciones nos regalan la oportunidad de dejar correr el tiempo sin ver resultados inmediatos, y en ese juego de paciencia y ansiedad, brotan los primeros versos y las primigenias notas de algo que, espero, acabe siendo un conjunto de canciones que den vida a "Botes y mareas" (siquiera el título es definitivo). Un conjunto de canciones que pretenden seguir pavimentando el camino de la esperanza, la compañía y la poesía que he aprendido de muchas y sabias personas.

En este espacio, pequeño rincón en el universo de miles de ideas, irán quedando registrados, paso a paso, los avances de nuestro trabajo. Los errores, los arrepentimientos y los triunfos.

Y es que va quedando claro que las ideas me brotan más fáciles que las melodías (a que no se puede ser de profesión "bloguero", y aunque se pudiera dudo que lo elegiría), por lo que en este espacio serán compartidas.

No dejo pasar la oportunidad para decir lo obvio: cualquier idea, poética, artística, musical, estética; como cualquier aporte, de los mismos tipos, no es solo bienvenido (si quieres encontrarme, ya sabes donde estoy), sino que intentará hasta ser bien recompensado.

Gracias desde ya por acompañarme, sin mucha frecuencia ni mucha atención, porque no lo exijo, en esta pequeña aventura que, quien lo sabe, haga como las bolas de nieve y se transforme con el tiempo en algo de lo que nos podamos sentir orgullosos.

No más rodeos. Aquí, ahora, y con estas palabras, comienza el incierto camino del proyecto "Botes y mareas". ¡A remar, marinero!

P. S.: y es que acaso acabo de descubrir otra utilidad de estos espacios. Es que te mantienen trabajando, casi como sintiendo una responsabilidad de fidelidad con quien te sigue. Esperamos no defraudarlos. No serles infieles.