martes, 26 de octubre de 2010

Cómplices

Hace cinco minutos se despedía de su esposa, frente al inmaculado ventanal que cubría toda la sala. Hace 15 años que se ha casado. Ahora, con el maletín sobre las piernas, escucha las instrucciones rutinarias que exhalan los parlantes del avión. El cinturón atado, las reservas de oxígeno, y el "life vest under your seat" previniendo el naufragio. Y arrellanado en el asiento grisáceo, el exitoso ejecutivo comienza a explorar un semanario, o quizá el último número de la National Geographic, o acaso una antigua edición de la Selecciones del Readers Digest.

Al caer la tarde, cuando se apagan los ventiladores y los clientes cruzan raudos los pasillos del pequeño mercado abarrotado de verduras, las dos cajeras, ya cansadas de una nueva jornada de labores, buscan excusas para hablarse a los gritos, hasta fingir que desconocen los precios del zapallo y los pimientos. Y frente a los verdes limones, dos mujeres intentan mutuamente convencerse de que alguna vez compartieron clases, inventando recuerdos que justifiquen la charla y las invitaciones a cenar.

El más oscuro de los sicarios, que sube al auto en el D.F. limpiando su arma, no puede contenerse de comentar con su compañero los últimos rumores del círculo narco mexicano; y en la India, los empleados de un temido capo intercambian impresiones sobre la jornada de incidentes que acaba. Todos ellos han dado muerte a hombres y mujeres que han caído tomados de la mano, dejando de existir atados para siempre, en cadáver y alma, a quienes compartieron su último destino. Según se cuenta, en una isla de Chile, aun pueden verse cadáveres engrillados que transitaron a la eternidad acurrucados a sus más cercanos.

De vuelta de la universidad, el tímido joven se ajusta los grandes anteojos, y se acomoda frente a la pantalla de su computadora. Para él, es el único lugar donde puede encontrar verdadera compañía. La compañía del mundo entero. Conecta pronto con Australia y Colombia, donde una amiga y un viejo conocido de la familia lo esperan anclados a la red. Mientras, fuera de la casona, las semillas de los incontables pinos vuelan como helicópteros, rogando al viento que produzca el milagro de hacerlas coincidir con otra semilla, y juntas producir un nuevo ciclo de grandeza y majestuosidad.

En mitad del vuelo, la programación musical del avión se interumpe, y el ejecutivo se quita hastiado los fonos, maldiciendo al causante del error. Sin más artículos que hojear, echa un rápido vistazo afuera, y descubre en ese breve instante que más allá de la ventanilla las nubes toman el aspecto de esponjas, y, algo avergonzado, se sorprende de pronto sientiendo irrefenables impulsos de atrapar algunos cúmulos para él. Recuerda, el hombre sereno, cuando de niño soñaba con lanzarse sobre ese montón de nubes esponjosas, tendido al pasto y de la mano de una pequeña, con quien acabaría por casarse. Y cuando los sueños y esperanzas de la niñez lo inundan por completo, maldice esta vez su propia inercia, y se arrepiente por no mantener vivos esos anhelos inocentes y puros, de aquellos años de amores colmados de pasión blanca. Teclea mil latidos en su teléfono, y el recibo de un mensaje sorprende a su esposa, recordándole cuanto la ama.

Y yo de nuevo aquí, frente a tí, aun cargado de ilusiones vivas y sueños que se aferran a la cordura. Convenciéndome que no vale la vida si se vive solo. Que eso es hacerle trampa al presente y al futuro. Soñando con atrapar las nubes de los aviones, mientras escribo una nueva canción que habla de esperanzas, de justicias y de manos aferradas, y que te invitaré a cantar al alba a favor del viento, para que todos recuerden lo maravilloso que es no estar más solos, sentirse en compañía. Porque alguien dijo alguna vez, que el único infierno, es la soledad.


Cómplices

(puedes escuchar la canción en el siguiente reproductor)



Quizás caigan muertos tomados de la mano,

extrañando la paz, o con los vientres hinchados.

Y tal vez, los asesinos,

compartan sentimientos, olvidos, desvelos.


Quizás las cajeras del supermercado,

se pregunten a gritos, precios que ya conocen.

Y tal vez los clientes sigan tropezándose,

y finjan conocerse, hace ya muchos años.


Y yo siga convenciéndome,

que no vale la vida, vivirla tan solo.

Y yo siga buscándote,

para pedirte, ¿quieres ser mi cómplice?


Volaremos, más allá de las nubes,

te inventaré nuevas canciones.

Las cantaremos, a favor del viento,

quédate conmigo, prometo ser tu cómplice.



Quizás las semillas voladoras de los pinos,

sigan aprendiendo a rezar,

y le rueguen al viento,

las junte con quien deben y quieren estar.


Y tal vez, los más perdidos,

lleguen tarde a casa, a su computadora.

Se sienten frente a la pantalla,

y vean al mundo, desde sus sillas.


Y yo siga convenciéndome,

que no vale la vida, vivirla tan solo.

Y yo siga buscándote,

para pedirte, ¿quieres ser mi cómplice?


Volaremos, atrapando las nubes,

te inventaré nuevas canciones.

Las cantaremos, a favor del viento,

quédate conmigo, prometo ser tu cómplice.

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Un abrazo. Espero seas feliz.