lunes, 16 de agosto de 2010

Aquello oscuro y nuestro

Huímos otra vez. Donde nos esperan hoy las risas alegres de las amistades. Después del bar donde canté nos refugiamos en lugares ajenos, pero que ya sentimos propios. Silenciada la música y las bromas, cuando las risas se acallan, nos vigila la luna, y para dorimir nos trepamos en esas gigantescas montañas de miedo que han dejado en el salón los amigos que salieron. Fueron a bailar, creo. Algunos a olvidar.

La noche debilita los corazones. En la oscuridad intento adivinar tu silueta para evitar el naufragio. Agarrado fuerte a tu pelo encuentro la paz y el reposo, y me entrego a los recuerdos, cargados de nostalgia, que llevan a la memoria a andar por caminos planos y otros aún por pavimentar. Recuerdo, al borde del abismo del sueño, a aquellos hombres que se pierden de un lado a otro de la ciudad buscando algo de comer, extrañando brazos llenos de sol que entibien sus manos frías, y en el silencio se me hace inevitable escuchar el rugido de esos vientres lejanos, de hermanos, amigos y viajeros que golpean puertas húmedas que suenan más despacio durante las tormentas.

Es que pienso en aquello que, siendo tan oscuro, tan vergonzoso e indebido, nos pertenece. Las desgracias, el hambre y la miseria, los errores que siempre cometemos y que nos taladran cada vez la conciencia. Pienso en la indiferencia y el letargo diarios. Pienso en la parte más oculta de nuestras vidas. Aquello que no enseñamos a nadie, de lo cual no nos orgullecemos, pero que, querámoslo o no, forma parte también de nosotros.

Y como siempre, intento no olvidar que la verde naturaleza de las selvas, las altas paredes en los campos de la caña, y los gruesos túneles en las minas de cobre y oro, ocultan gritos desesperados de libertad, derechos y dignidad. Los lamentos y plegarias son mudos, y la fe que los sostiene queda guardada en los débiles pechos de los niños que llevan las manos sucias. Quisiera hacer nuestros esos sufrimientos, esas injusticias y arroparlas en nuestros propios brazos, para darles algo de calor, para susurrarles al oído a esos hombres y mujeres que mañana todo irá mejor. Aunque quizá no sea cierto. Quizá los que matan no se mueran de miedo, y sigan con sus planes cobardes y metódicos para someter al que creen inferior. Puede que aquello no cambie. Aunque puede que sí, y por eso les susurro. Por la esperanza en el porvenir, a veces vaga. Por el sueño futuro, un tanto impreciso, pero siempre nuestro.

Una imagen me golpea la sien como un pájaro carpintero. Son los elefantes de mi abuela. Ella siempre me dijo que esas figuras que atesoraba sobre la mesilla debían mirar a la pared como señal de buena fortuna. Esa, era su precaución ante lo oscuro, ante el devenir desconocido. Como el que busca en el periódico la tira del horóscopo, o pretende hallar en bolas de cristal o en la geografía de su mano izquierda lo que no develaron con claridad las cartas. Todos buscan precauciones, respuestas, ante la desgracia y el infortunio. Otros cumplen con méritos para alcanzar la salvación, o incluso esperan venidas milagrosas que rediman de una vez todos los errores humanos. No sé si sea así. Creo que debemos ser nosotros quienes intenten quitar el hambre y curar el SIDA antes de redenciones milagrosas que hagan todo el trabajo por nosotros.

Todo es nuestro. Lo que ocurre al otro lado de la ventana y lo que llega como eco lejano desde latitudes remotas. Incluso lo que ocurre en esta habitación. Tu pelo que ya no reclama porque lo sujeto con violencia, mi imaginación invitandote una copa de vino, animándote a un beso que comparta lo mejor y lo peor de nosotros.

Y bueno. Yo seguiré a tu lado. Viendo a través del cristal como mis sombras envejecidas persiguen por las veredas lo que quedó después de nuestras derrotas. Dejando las guirnaldas al pie de la cama para recordarnos que a veces sí somos felices. En realidad, muchas veces, aunque a veces lo olvide. Y de vuelta a casa, debemos sortear los cuerpos de los derrotados. De los que no encuentran otro sentido y forma que rendirse ante sustancias que desconocen. Quizá escapan del mundo terrible que nos toca vivir, o tal vez no encuentran otro sentido que el que vemos ahora con nitidez. Quién soy para decirles que están equivocados. No sé siquiera si ese es su lado bueno o el oscuro. Quizá en un momento en que nada más merezca la pena, morir por algún rato sea su única salida. No lo sé. No sé si es su lado bueno o el oscuro, pero sé que es nuestro, y que no nos va bien negarlo.

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Alguien me preguntó alguna vez por qué mis canciones solían ser tristes. Siempre le respondía que no todo en nuestra vida podía ser color de rosa, que tal como las fiestas y la alegría, el sufrimiento y la tristeza también existen, y que son estos sentimientos tan válidos y reales como los primeros. Hay quien quisiera negar que las penas y el dolor forman parte de nuestras vidas, y por eso se enmascara en una supuesta felicidad eterna. Son los mismos de siempre los que dicen que todo está bien y que el futuro estará aun mejor. Yo no puedo, no puedo olvidar a los que sufren, y a ellos van mis canciones (por cierto que también vendrán canciones alegres. Intentaré, dentro de lo que es posible, cubrir todos aquellos sentimientos).

Para esta canción he tomado algunos versos de Francisco Arriagada ("después del cristal que quiebra el sonido..."). Gracias a él, por su disposición y buena voluntad.


Aquello oscuro y nuestro
(puedes escuchar la canción en el cuadro de reproducción a continuación)



Elefantes que miran hacia la pared,

guirnaldas al pie de la cama,

recordando noches de juerga,

que acababan sobre almohadas.


O sobre montañas de miedo,

que la esperanza hechizaba.

Haberte visto tan pronto,

y conocerte tan tarde.


Después del cristal que quiebra el sonido,

donde cuento los resquicios,

en la vereda en que a veces deambulan,

mis sombras, cuando te siguen.



Un hombre busca algo de comer,

y extraña los brazos que lo acunan.

Y yo en mi cama doy vueltas,

vientres que rugen mi sueño gangrenan.


Reparto mil maldiciones,

agarrado fuerte a tu cama.

oímos gritos, fe y oraciones.

violencia metódica, muertes rutinarias.


Te ofrezco un brindis, un beso, un pecado,

somos jóvenes, siempre fallamos.

Vente conmigo, sumemos abrazos.

No me rendí, solo es que a veces me canso.


De vuelta a casa, en las calles,

debemos sortear esos cuerpos,

la noche los ha vencido,

balas de alcohol, marcarán,

su destino.



Puedes dejar tus comentarios en cualquier canal de comunicación que compartamos (facebook, blogspot, correo, etc.). Te pido disculpes las deficincias del sonido. He tenido especiales problemas para grabar esta vez, pero ya vendrán registros de mejor calidad. Gracias siempre por estar cerca.

2 comentarios:

  1. Amigooo! no sé por qué cuando escuché esta canción me acordé de una vez que fuimos a estudiar a la casa de la nico y taban escuchando un cd tuyo...tal vez porque tuve una sensación parecida. Porque no dejas de sorprenderme, porque me encanta ver como a pesar de todo sigues ahí presente, a través de esos dones que Dios te ha dado.
    Me encantó la canción, aunque se me hizo como cortita =)
    Un abrazo

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  2. Lejos la mejor que te he escuchado, Alan, y no es porque tenga versos míos jajajaja. En serio, me gustaría escuchar una grabación de mejor calidad si.

    Ahora que te has dedicado full a esto de la trova, te recomiendo que juntes platita, te compres un buen micrófono, una buena tarjeta de sonido, y no sé, si te arriesgas hasta puedes aprender a usar softwares musicales donde puedas incluir patrones o bases que acompañen a tu guitarra.

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